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jueves, 9 de mayo de 2013

Las piedras de Monte do Castro vuelven a escribir la historia


Los trabajos, que ahora se concentran en la zona de la muralla, pasarán por consolidar todas las estructuras del recinto. FOTOS: MARTINA MISER

El yacimiento sigue desmontando mitos sobre los orígenes de O Salnés

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El pasado no cambia, pero la historia sí. Hay que reescribirla poco a poco, a medida que se van desenterrando las pistas que nos han dejado, sin pretenderlo, quienes vivieron otras épocas. En Monte do Castro (Ribadumia) un equipo de arqueólogos lleva ya unos años sacando de su envoltorio de tierra todo tipo de materiales que obligan a revisar la imagen que siempre se ha tenido de quienes, en las postrimerías de la llegada de los romanos, habitaban esta esquina de la península ibérica. Ya saben, aquello de que eran bárbaros embrutecidos no se sabe si por el clima o por la distancia con el civilizado Mediterráneo, y que tenían una sociedad poco evolucionada... «Todo eso hay que revisarlo», explica Rafael Rodríguez, el arqueólogo de la Diputación que encabeza el proyecto en este rincón de Ribadumia.
Que los habitantes de O Salnés no eran ni tan bárbaros, ni tan brutos, ni estaban tan aislados del mundo ya se había palpado en el yacimiento de A Lanzada. Ahora, Monte do Castro confirma esa nueva visión de nuestros antepasados. En este alto de Ribadumia, en el que en los momentos de mayor esplendor pudieron vivir hasta medio millar de personas, se han vuelto a encontrar señales de que, cuatrocientos años antes de que los romanos asomasen por estos lares, los galaicos mantenían «contactos fluidos» con el Mediterráneo. Probablemente, con comerciantes púnicos que escalaban la costa atlántica atraídos «por el estaño, el cobre o directamente el bronce». Siempre había algo a cambio, claro.
Si las mercancías llegaron al Monte do Castro directamente -el Umia era entonces navegable hasta Caldas- o tras haber realizado alguna parada en algún castro costero, es algo que aún no se sabe. Lo que sí se sabe es que el emplazamiento estuvo ocupado desde el siglo cuarto antes de Cristo, formado entonces por cabañas que apenas han dejado más rastro que los agujeros de la columna central que las sustentaba. Bajo una de esas construcciones alguien colocó, a modo de ofrenda fundacional, un cuenco de procedencia mediterránea que fue respetado por quienes vinieron después a levantar, en ese mismo lugar, viviendas más al gusto de los nuevos tiempos. En el siglo primero, sobre el mismo cuenco se había construido una casa patio cuya morfología, tan atípica en estos territorios, ha sorprendido a los arqueólogos.
Debió de estar ocupada, dicen, por un miembro destacado de la comunidad, que almacenaba ánforas béticas, presumiblemente llenas de buen vino mediterráneo, y que usaba perfumes y afeites contenidos en alabastrones, unos botes de pasta acristalada cuyo origen también hay que buscarlo lejos de aquí.
El habitante de la casa patio podía ver, desde la puerta, los principales silos de almacenamiento de cereales. Una suerte de piornos en cuya construcción invirtieron nuestros antepasados mucho esfuerzo, y que como todo el poblado fue pasto de las llamas a mediados del siglo primero después de Cristo, probablemente por culpa de alguno de los hornos metalúrgicos que allí funcionaban. No fue ese el primer incendio que arrasó el yacimiento, pero sí fue el último. A partir de entonces, el olvido maldijo el lugar.
puesta en valor del patrimonio
En la casa patio se han hallado ánforas béticas y perfumes del Mediterráneo
El fuego, quizás una chispa de un horno metalúrgico, acabó con el poblado

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